Quien algo quiere… algo le costará

Cuenta la leyenda india que el gran jefe de la tribu estaba hablando con su nieto sobre el futuro. El nieto estaba haciendo planes para el futuro y le preguntó al abuelo cuál era el secreto para que sus planes se hicieran realidad.

El jefe de la tribu le respondió con una sola palabra: «sacrificio». Tras unos segundos de silencio continuó: «sacrificio hijo, sacrificio, porque quien algo quiere, algo le cuesta, no hay otro camino». Como el niño seguía en silencio, sorprendido por lo que el abuelo le estaba diciendo, porque no era la respuesta que esperaba, el abuelo continuó: «sí hijo, es una verdad sencilla, no parece esconder grandes secretos, pero es una verdad enorme, es una verdad muy importante.»

Todos estamos llenos de deseos y planes, llenos de sanas ilusiones en nuestro corazón: estudios, proyectos, una carrera, un trabajo interesante y bien remunerado, etc. Todo esto forma parte de ese algo que queremos. Unos quieren más, otros quieren menos, pero si realmente planificamos nuestra vida, cosa que es importante hacer ya que para eso Dios nos dio la inteligencia, siempre habrá algo que se quiera.

Pero esa realidad no puede ir sola, siempre debe ir acompañada de otra verdad, que es como su hermana gemela: «algo te costará». No todo cuesta lo mismo, no todo implica el mismo sacrificio. Los pequeños deseos cuestan poco esfuerzo, y los grandes deseos cuestan grandes sacrificios.

Las cosas que cuestan poco también valen poco, porque no nos llenan realmente como personas. Las cosas grandes que implican grandes sacrificios son las que valen la pena porque nos llenan como personas si realmente hacemos el sacrificio que cuestan.

Por ejemplo, formar una familia implica un gran sacrificio, porque formar una familia no es simplemente buscar pareja, casarse y tener hijos. Es mucho más, es el sacrificio constante de formar una pequeña sociedad regida por el amor, y eso implica sacrificios, muchos sacrificios porque como dice San Pablo: el amor es paciente, bondadoso, servicial, no se cansa, no busca su propio interés y no tiene en cuenta el mal recibido. Amar exige abnegación, la abnegación de renunciar a uno mismo y a los propios planes para entregarse a los demás.
«Quien algo quiere, algo le cuesta» continuaba el cacique a su nieto» pero lo importante es querer, es tener un ideal. Ese ideal va a implicar sacrificios, y cuanto más alto sea, más sacrificios implicará, pero una vez que alcances el ideal, la alegría será doble.»

Por lo tanto, vale la pena tener un ideal, y cuanto más alto sea ese ideal, más vale la pena, porque aunque cueste, encierra una gran alegría, sobre todo si ese ideal es el ideal para el que fuimos creados: Dios y la santidad.

Homilía Diaria

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