Sophie, la mujer de la limpieza

Sophie, la mujer de la limpieza

Sophie, era una mujer católica, que trabajaba en la limpieza. Uno de los señores del gran edificio donde trabajaba le dijo: «Oye, Sophie, tengo entendido que eres cristiana». «Sí, señor, soy hija de Dios, mi Señor y mi Rey», fue su respuesta inmediata. «¡Oh! Entonces, debes ser una princesa, ya que Dios es tu Rey». «Estoy segura de que lo soy». «Pues bien, si Dios es tu Padre, y tú eres princesa e hija de un Rey, ¿no crees que está por debajo de tu dignidad encontrarte aquí fregando estos sucios escalones?». Ella respondió con orgullo: «No hay humillación, ya que no estoy fregando estos escalones para mi jefe, sino que los estoy fregando para Jesucristo, mi Salvador».

Su respuesta se basaba en la virtud de la humildad. La humildad da respuesta a estas preguntas: ¿cuál es mi auténtica realidad? ¿Cuál es mi auténtica relación con Dios? ¿Cuál es el lugar que ocupo ante Dios? ¿Quién soy yo para Dios?

Por eso, la humildad nos hace descubrir el verdadero sentido de las cosas que nos humillan. ¿Qué nos humilla? Normalmente, las cosas que van en contra de nuestros deseos o de nuestra voluntad (por ejemplo: como soy hijo de Rey no quiero este trabajo o esta enfermedad o lo que sea). Muchas veces, la realidad que vivimos es contraria a nuestros deseos o a nuestra voluntad. Si no vemos esa contradicción como la Voluntad de Dios para nuestra vida, esa contradicción nos humillará.

Necesitamos una profunda vida interior para ser humildes, sobre todo cuando la realidad (o más propiamente, la Voluntad de Dios) nos humilla. Debemos trabajar en nuestra vida espiritual, particularmente en la virtud de la humildad, para aceptar la realidad (que se opone a nuestra voluntad) como una realidad que viene de nuestro Padre amoroso del cielo. Cuando algo me contradice y me quejo de ello, significa que el amor propio me está guiando en esa queja. Si quiero ser yo quien elija las cruces que llevaré, a menudo me sentiré humillado por las circunstancias de la vida. Humildad significa reconocer que soy hijo o hija de Dios y que esa realidad (que me contradice) viene de Dios, mi Padre, para santificarme. Si permito que la humildad guíe mi vida cuando algo va en mi contra, podré decir: «no hay humillación sin embargo, ya que, Dios lo envió por el bien de mi salvación».

Homilía Diaria

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