Materiales limitados

Fulton Sheen cuenta la historia de una mujer rica que, aunque tomó muchas iniciativas humanitarias, no estaba motivada únicamente por la caridad, sino que había vanagloria detrás de sus obras de caridad. Solo de vez en cuando daba dinero por caridad. Cuando murió, fue al cielo y San Pedro le mostró su nueva casa, una casa pobre y humilde en medio de otras casas grandes y hermosas y hasta mansiones.

Empezó a quejarse de su casa: “No puedo vivir aquí, etc.” Y San Pedro le respondió: “Lo siento señora; es la mejor casa que pudimos construir con los materiales que enviaste de la tierra mientras estabas vivo”.

Esta sencilla fábula se basa en una enseñanza importante que Jesús predicó más de una vez. Por ejemplo: cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea en secreto. Y vuestro Padre que ve en lo secreto os lo recompensará (Mt 6,3). Jesús dijo esto no solo con respecto a la limosna sino también con respecto a la oración, el ayuno, etc.

Resumiendo su enseñanza podemos decir que hay dos maneras de hacer las cosas: para esta vida o para la vida eterna. Hacer cosas para ser visto por la gente o para recibir una recompensa humana significa hacer cosas para esta vida. Si trabajamos de esa manera, perdemos la recompensa sobrenatural. Cuando fallamos o mejor dicho, cuando tratamos de no recibir la recompensa humana, es entonces cuando permitimos que Dios nos dé la recompensa sobrenatural. ¿Por qué? Debido a que no podemos recibir dos recompensas por la misma acción, no podemos buscar una recompensa aquí en la tierra y otra en el cielo.

Esta es la diferencia entre un héroe y un santo. Ambos hacen cosas por las personas, ambos intentan construir un mundo mejor, ambos se dedican a ayudar a la humanidad. Sin embargo, el héroe actúa para recibir una recompensa aquí en la tierra, aunque sea una buena recompensa, no deja de ser una acción humana con una recompensa humana.

Al santo, en cambio, no le preocupa el aprecio de la gente. Si la gente no reconoce la buena obra que el santo hace por ellos, al santo no le importa; el santo seguirá haciendo lo que hace, porque no le interesa el reconocimiento humano, sino que sólo quiere glorificar a Dios con su obra.

Si examinamos con atención nuestras acciones descubriremos que, como la mujer de la fábula, hacemos las cosas por el aprecio humano y muchas veces ocultamos el lado humano y nos convencemos de que es por algo bueno: rezamos para ser vistos por otros y lo justificamos diciendo: es un apostolado; o damos limosna para ser vistos porque mostrar a los demás lo que damos es un buen ejemplo; no decimos la verdad porque somos prudentes, etc.

Dios conoce nuestras verdaderas intenciones, por eso es importante trabajar para que no nos engañemos, porque en el cielo, como la mujer, no podremos convencerlo de nuestras verdaderas intenciones. Por eso siempre es importante tratar de rectificar nuestras intenciones.

Homilía Diaria

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