Este perro me enseñó algo

Una vez vi a alguien paseando a su perro. Era un día muy caluroso, uno de esos días de verano que son bastante insoportables. En un momento dado el perro vio agua y empezó a tirar de la correa para ir a beber el agua. La mujer desató la correa y soltó al perro que corrió a beber el agua.

Cuando el perro llegó al agua, empezó a beber, sin embargo, cada vez que el perro bebía un poco de agua miraba detrás de sí para ver si venía su dueño, de manera que todo el tiempo que el perro estaba bebiendo agua no estaba del todo allí, porque su corazón, sus ojos y su deseo estaban con su dueño. Cuando su dueña pasaba por donde el perro bebía agua, no se detuvo, sino que siguió caminando y el perro, sin saciar totalmente su sed, dejó de beber y corrió hacia la dueña y siguió caminando con ella.

¿Tenemos nosotros el mismo comportamiento con Dios? Mientras usamos las cosas de este mundo, ¿dónde están nuestros corazones, nuestros ojos y nuestros deseos? Este perro puede darnos una lección muy útil: las cosas del Señor no deben hacernos olvidar al Señor de las cosas, así como el perro no olvidó a su dueña mientras bebía agua.

Precisamos las cosas materiales y Dios las creó para proporcionarnos lo que necesitamos para desarrollar nuestra vida en este mundo. Sin embargo, las cosas materiales no son el propósito de esta vida así como el agua no era el propósito de la vida del perro. El perro necesitaba el agua como nosotros necesitamos las cosas materiales: necesitamos comer, beber, tener una casa, ropa, etc., pero solo como medios para desarrollar nuestra vida terrenal, y no como el objetivo de la vida terrenal.

La vida terrenal tiene otra finalidad. Si no fuera así, la vida sería un absurdo, ya que esta vida no puede ofrecernos lo que pueda satisfacer nuestros deseos. Ni los que carecen de todo ni los que lo tienen todo son felices. Si no podemos satisfacer nuestros deseos durante esta vida, ¿para qué los tenemos?

El propósito de esta vida es la eternidad, donde podremos satisfacer nuestros deseos. Por eso el perro nos dio una importante lección: que debemos usar las cosas de este mundo en la medida en que las necesitemos, pero siempre mirando a la eternidad, sin distraernos sobre el propósito de esta vida. Debemos tener nuestro corazón, nuestros ojos y nuestros deseos en el cielo y no en las cosas de esta vida si no queremos perder a Dios como el perro no quería perder a su dueño.

Homilía Diaria

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