Dado el extenso apostolado que llevaba a cabo el capellán de la universidad, sus adversarios trataron de detenerlo. Eligieron entre ellos a un joven muy inteligente de nacionalidad china para convencer al sacerdote de lo que consideraban las «falsedades del cristianismo». Este joven, convencido de su propia rectitud y seguro de poder persuadir al sacerdote, se acercó a él con el pretexto de querer recibir instrucción en la religión cristiana. Sin embargo, fue sincero desde el principio y dejó claro que su intención era aprender para poder atacar la fe con mayor eficacia y desenmascarar lo que él consideraba sus mentiras.
El sacerdote se dio cuenta de que Dios le estaba poniendo a prueba con una prueba muy difícil, de la que no podía escapar. Por eso, decidió visitar a una joven enferma que conocía, que soportaba sus sufrimientos con santa resignación, ofreciéndolo todo y uniéndose a la Cruz de Cristo. Le rogó que ofreciera todos sus dolores por la conversión del joven chino y por su propia firmeza en la fe.
Así, el sacerdote comenzó a reunirse diariamente con el joven para instruirlo en la fe cristiana. Cada día llamaba a la mujer enferma, quien le informaba que sus dolores aumentaban constantemente. Un día, a una hora inusual, el joven chino se acercó al sacerdote y le dijo: «Padre, no puedo aguantar más, quiero bautizarme». El sacerdote llamó inmediatamente a la joven para compartir esta alegre noticia, pero su madre respondió y dijo: «Acaba de fallecer».
Esta hermosa historia encierra muchas lecciones, entre ellas: la humildad del sacerdote al pedir ayuda, el poder de la verdad, la importancia de la perseverancia en el apostolado a pesar de las dificultades. Sin embargo, quiero centrarme en el sufrimiento «corredentor» de la joven, es decir, en la importancia de unir nuestros sufrimientos como cristianos a la Pasión de Cristo por el bien de la Iglesia, como dice san Pablo (cf. Col 1, 24). El sufrimiento tiene un valor redentor y podemos ofrecerlo al servicio de la obra salvadora de Cristo, como hizo esta joven.
Aunque Cristo es el único Redentor y Mediador universal entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim 2, 5-6), quiso asociar a otros como mediadores secundarios. Entre ellos, la Santísima Virgen María ocupa un lugar eminente como Corredentora universal, pero también lo hacen todos los cristianos, que están llamados a unirse a Cristo como mediadores secundarios o corredentores.
La unión con el sacrificio de Cristo Redentor es una condición indispensable para que esto suceda. El mero sufrimiento no es suficiente: el dolor en sí mismo no santifica. Más bien, se requiere un acto libre de la voluntad, que una conscientemente el propio sufrimiento al sacrificio de Cristo. Más allá del deseo de hacerlo, hay que soportar el sufrimiento con paciencia por amor a Dios, aceptándolo como proveniente de su mano amorosa y providencial.
Una vez unido al sacrificio de Cristo, el sufrimiento puede ofrecerse por alguien en particular, como en esta historia. En su providencia, Dios concederá la gracia solicitada para esa persona, aunque, como todas las gracias, debe ser aceptada libremente, ya que Dios no obliga a nadie a recibir su gracia.