Un bello ejemplo de solidaridad

«Lomaplast» es la mayor fábrica de parachoques (de vehículos) de Sudamérica. Sin embargo, hace años, mientras la fábrica estaba en proceso de convertirse en una gran empresa ocurrió algo que cambió el rumbo de la empresa. Un día, mientras arreglaban el techo de la fábrica, una chispa de soldadura cayó y quemó completamente la fábrica, que paró totalmente su producción. Sin embargo, en ese momento de desesperación, se produjo un hecho inesperado: el mayor competidor ofreció ayuda. En una entrevista, el propietario de Lomaplast declaró: «Me llamó y me dijo: “¿Quieres que te preste parachoques?”». Ese gesto le marcó profundamente.

Más adelante en la entrevista dijo «Cuando tienes un momento difícil en la empresa, ves de qué pasta están hechos los demás», y continuó »hay gente que se mete entre las llamas para intentar apagarlo; gente que se preocupa de que se queme el destornillador que dejó dentro; gente que se queda a barrer los escombros; y hay gente que se busca un abogado y te demanda. Pero el hecho de que mi competidor de toda la vida me llamara para ofrecerme su ayuda, para echarme una mano, nunca podré olvidarlo».

Me gustaría aprovechar esta historia para hablar de una virtud «olvidada»: la solidaridad. Como dice San Juan Pablo II: «La solidaridad es, sin duda, una virtud cristiana… A la luz de la fe, la solidaridad busca ir más allá de sí misma». Explica que es una virtud cristiana porque está relacionada con la caridad, «que es el signo distintivo de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35)» (Sollicitudo rei socialis, 40).

La solidaridad nace de la conciencia de que dependemos de los demás y los demás dependen de nosotros, lo que significa que existe una interdependencia entre las personas y que nadie puede vivir sin la ayuda de otro. Desde el principio de nuestra existencia, hemos necesitado a Dios, que nos dio el alma, y a dos personas, que nos dieron un cuerpo. Somos deudores y la solidaridad es una forma de pagar esa deuda.

Más aún, la solidaridad es la conciencia de que no puedo estar bien si mi prójimo no está bien. Es la conciencia de que el bien de mi prójimo es más importante que lo que yo tengo y, por eso, debo estar dispuesto a sacrificar lo que tengo para ayudar a mi prójimo en su necesidad.

La otra cara de la moneda de lo que acabo de decir es la comprensión de la realidad de que no me convierto en una buena persona por lo que tengo, sino que son mis buenas acciones las que me convierten en una buena persona. Si me quedo con lo que tengo en lugar de sacrificarlo para ayudar a mi prójimo, tendría más cosas materiales. Incluso podría aumentar mi riqueza (ya que el competidor de Lomaplast podría haberse quedado con todos sus clientes y su negocio habría crecido, en lugar de ayudar a Lomaplast), pero no creceré como persona, que es mucho más importante que las riquezas.

Homilía Diaria

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