Un día, al volver a su celda, San Macario encontró al diablo esperándole con una hoz en la mano, que intentaba cortarle por la mitad. Pero al intentarlo, perdió las fuerzas y no pudo mover la hoz. Entonces, lleno de rabia, el diablo le dijo:
«Soporto demasiada violencia por tu culpa, Macario, pues deseo profundamente hacerte daño y, sin embargo, no puedo. Me asombra mucho, porque yo hago todo lo que tú haces, e incluso más que tú. Tú ayunas a veces, pero yo nunca como. Tú duermes poco, pero yo nunca cierro los ojos. Sólo hay una cosa en la que me superas».
«¿Qué es?», preguntó San Macario.
«Tu humildad», respondió el diablo.
Esa fue la razón por la que el diablo no pudo hacerle daño, era una persona humilde. Esa fue también la razón por la que se convirtió en santo, su humildad. La humildad es el fundamento de la vida espiritual, ordena el alma hacia Dios sometiendo la voluntad propia, reconociendo la propia nada y moderando el comportamiento externo. El orgullo, su opuesto, corrompe el intelecto, la voluntad y las acciones, llevando a la autoexaltación y a la rebelión contra el orden divino.
Para crecer en humildad, es muy importante tener en cuenta los 12 grados que Santo Tomás de Aquino explica siguiendo a San Benito (cf. S.Th. II-II,161,6).
I. Raíz y fundamento de toda humildad: El temor de Dios y el recuerdo de sus bendiciones.
1° Primer Grado: Conservar vivo el recuerdo de todas las gracias divinas recibidas.
II. Grados que ordenan la voluntad venciendo tres cosas: Los propios impulsos, las dificultades de la obediencia y las privaciones.
2° Segundo Grado: No buscar satisfacer la propia voluntad.
3° Tercer Grado: Someterse a los superiores en obediencia.
4° Cuarto Grado: Soportar con paciencia la obediencia en los asuntos más duros y difíciles.
III. Grados que ordenan el intelecto mediante el reconocimiento de los propios defectos:
5° Quinto Grado: Confesar los propios pecados y faltas.
6° Sexto Grado: Reconocer sinceramente la propia inutilidad en todas las cosas, es decir, reconocer y confesar que todo lo que uno puede hacer no es por virtud propia, sino por pura gracia de Dios: «No es que nos bastemos a nosotros mismos para pensar algo como por nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia viene de Dios» (2 Cor 3,5).
7° Séptimo Grado: Considerarse y comportarse como el más pequeño de todos.
IV. Grados que Ordenan Humildemente Nuestro Comportamiento Externo:
8° Octavo Grado: Someterse en todo a la vida común, evitando excentricidades (San Benito decía: «Observad lo que prescribe la regla común del monasterio»).
9° Noveno Grado: Evita perder el tiempo en palabras ociosas y, por lo tanto, no hables a menos que te lo pidan.
10° Décimo Grado (también sobre el habla): Evitar los excesos en el modo de hablar, tanto en la cantidad (charlas vanas) como en el tono (no hablar en voz alta, ostentosa o presuntuosamente, como si se tratara de un sermón). San Benito decía en su Regla: «Habla poco, sabiamente y en voz baja».
11° Undécimo Grado: Refrenar, sobre todo, la altivez en la mirada.
12° Duodécimo Grado: También en cuanto al comportamiento exterior: evitar la risa tonta (falsa alegría).