Paciencia

Cuenta Casiano en sus «Collationes» (Conferencias) que había en Alejandría un hombre de probada paciencia, a quien los paganos solían a veces insultar y provocar con graves improperios. Un día en que le molestaban, le preguntaron

  • ¿Qué milagros ha hecho ese Cristo a quien adoráis?
  • Que vuestras agresiones e insultos, y aún mayores insultos y agresiones que pudierais hacerme, no me provocan ni me ofenden.

Este es un hermoso ejemplo de paciencia en medio de las persecuciones. La paciencia, que es una virtud muy importante, es un milagro que Dios hace, pero no lo hace sin nuestra ayuda. Por eso tenemos que trabajar esa virtud si queremos adquirirla.

La paciencia es la virtud que nos hace soportar el mal con ánimo tranquilo. Santo Tomás de Aquino dice: «Pertenece a la paciencia sufrir con ánimo igual los males infligidos por otros» (II-II,136,4), es decir, sin turbarse por la pena, «no sea que abandone con ánimo desigual los bienes por los que puede avanzar a cosas mejores.» (II-II,136,1)

Para conseguir esta virtud, debemos rezar (debemos pedir a Dios la gracia para conseguirla), pues no podemos conseguir ninguna virtud sobrenatural sin la oración. En segundo lugar, debemos trabajar sobre nuestras pasiones, porque en cada acto de impaciencia subyace una pasión desordenada. Por eso, cuando mortificamos constantemente nuestras pasiones, de este modo estamos aumentando también nuestra paciencia. En tercer lugar, tenemos que ver todo como enviado de Dios para nuestra santificación. Es decir, tenemos que aumentar nuestra visión providencial de cada acontecimiento particular de nuestra vida. Esta tercera vía implica que no solo debemos aceptar cada acontecimiento, sino que también debemos amar cada uno de ellos, ya que son medios para nuestra santificación.

Homilía Diaria

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