El beato Clemente Hofbauer, religioso y sacerdote moravo nacido en 1751, era párroco de la iglesia de San Benno, en Varsovia (Polonia). Una vez vio a un niño sin hogar en la calle y lo llevó a la rectoría, lo aseó, le dio de comer y lo catequizó. Poco a poco, fue llevando a más niños a la rectoría. Cuando el número de niños creció demasiado para la rectoría, abrió el Refugio Niño Jesús para los niños sin hogar.
Para alimentarlos y vestirlos, tenía que mendigar constantemente. En una ocasión, mientras pedía limosna, entró en un bar y empezó a pedir donativos a los clientes. Uno de ellos le escupió cerveza a la cara. Se limpió la cerveza y dijo: «Eso era para mí, ¿ahora qué tiene para mis chicos?».
El hombre quedó tan asombrado por su respuesta que le dio al beato Clemente todo el dinero que tenía y días después fue a su parroquia e hizo una confesión general.
Esta anécdota de la vida del Beato Clemente puede ayudarnos a comprender el significado de la mansedumbre de corazón y el bien que podemos hacer a los demás si practicamos esta virtud. La mansedumbre es la virtud moral que pertenece a la virtud de la templanza y nos ayuda a controlar nuestro apetito o poder irascible, es decir, nuestra ira.
El apetito irascible, que es algo bueno en sí mismo, se despierta precisamente para vencer el obstáculo, por eso es algo bueno y necesario. No tiene sentido intentar librarnos de nuestro irascible.
El problema es que, debido al pecado original, este apetito está desordenado y nos hace reaccionar de mala manera ante algo malo. Nos hace superar el obstáculo de forma desordenada: por ejemplo, odiando a la persona que hace algo contra nosotros en lugar de odiar la acción amando a la persona. Por eso hay que controlarla, ordenarla y usarla cuando es necesaria, como hizo Jesús cuando limpió el Templo expulsando a los cambistas y vendedores de animales, y no usarla cuando no es necesaria, como hizo Jesús durante su pasión.
La mansedumbre, como todas las virtudes, es una fuerza que supone una pasión, en este caso la pasión de la ira (irascible) y supone una fuerza superior a esa pasión. Por tanto, la mansedumbre es una fuerza que es capaz de dominar la ira y utilizarla en el momento oportuno y de la forma adecuada. Ambos aspectos son necesarios, ya que no es virtuoso que uno la use en el momento adecuado pero no de la manera correcta o viceversa.
Santiago en su carta enseña la importancia de esta virtud y dice que la mansedumbre y la dulzura son signos y frutos de la auténtica sabiduría. Eso es exactamente lo que transmitió el Beato Clemente con su reacción ante este hombre. Para ser mansos, necesitamos trabajar esta virtud en nuestra vida espiritual. No se trata sólo de querer ser mansos, sino que también necesitamos pedir a Dios esa gracia y secundar su gracia con nuestro trabajo espiritual.