Se cuenta que el poeta George Herbert (1593-1633) tenía un grupo de amigos con los que se reunía una vez a la semana para hablar y también para tocar música. Tenían una pequeña orquesta de aficionados y pasaban el tiempo tocando música.
Un día, de camino a casa de uno de sus amigos donde se reunían para tocar música, se encontró con un carro atascado en el barro. Jorge decidió ayudar a este pobre hombre que no podía sacar la carreta del barro por sí mismo. Tampoco era un trabajo fácil para dos personas, así que tardaron un par de horas en poder sacar la carreta del barro.
Cuando George llegó a casa de su amigo, ellos ya habían terminado de jugar y se estaban despidiendo. Al ver a George, uno de sus amigos le dijo: «George, llegas tarde, te has perdido toda la música». George, con una sonrisa de satisfacción por la buena acción realizada, contestó: «no importa, la escucharé otro día». Tuvo la satisfacción de haber hecho algo conforme al Evangelio.
Cuando Jesús dijo que debemos hacer todo en secreto para ser pagados por nuestro Padre (cf. Mt 6,4.6.18), no quiso decir que si hacemos las cosas en secreto no seremos pagados también aquí en la tierra. Jesús dice que si no buscamos una determinada recompensa, recibiremos la verdadera recompensa. ¿Cuál es la recompensa que podemos buscar y cuál es la que no debemos buscar?
La recompensa que no debemos buscar es la vanagloria del mundo. Cuando buscamos ser considerados por los hombres, cuando buscamos el aplauso del mundo, cuando hacemos cosas para que los demás nos vean, etc. recibiremos esa recompensa que es vacía. Usando las palabras del Eclesiastés podemos decir que buscar esas cosas es como querer atrapar el viento (cf. Ecles. 4:4). Ese era precisamente el problema de los fariseos y los publicanos, que hacían cosas, incluso rezar, para mostrar algo a los demás y no por el bien de su alma. No debemos hacer las cosas para ser vistos por los demás, sino por caridad.
George Herbert sintió satisfacción por haber hecho una buena acción que es algo natural. El problema hubiera sido si hubiera hecho la buena acción para sentir esa satisfacción y no por caridad hacia ese pobre hombre que estaba en apuros. Se debe dar limosna para hacer el bien a los demás, se debe rezar para tener una relación personal con Dios, se debe ayunar para dominar nuestras pasiones. Todas estas cosas dan una santa satisfacción que forma parte de la recompensa que nuestro Padre que ve en lo secreto nos da ya en esta vida, así como de la recompensa que nos dará en el cielo.