Me gustaría contaros la historia de Maggy. Maggy es una mujer burundesa que vivió durante la terrible guerra civil que tuvo lugar entre las dos tribus étnicas más grandes de su país: los tutsis (su tribu) y los hutus. Las personas que no son tutsis ni hutus solo representan el 1 % de la población del país. Durante esta guerra murieron más de 300 000 personas.
Maggy ya había adoptado a siete niños, algunos hutus y otros tutsis, cuando comenzó la guerra civil. Los miembros de la tribu tutsi fueron a su casa y mataron a sus hijos hutus delante de sus ojos. También querían matarla a ella porque había ayudado a los hijos del enemigo. Sin embargo, como Maggy era tutsi, no la mataron.
Ese día, Maggy se dio cuenta de que su misión en la vida sería luchar contra la violencia que asolaba su país, ofreciendo a los niños una alternativa al odio. En 1993, tras sobrevivir a la masacre, fundó Maison Shalom (Casa de la Paz) y se propuso criar a una nueva generación de niños con un espíritu de amor que superara el odio étnico que ella había experimentado. Se dijo a sí misma: «No puedo detener la guerra, pero puedo detenerla en mi corazón y en el corazón de los niños».
En lugar de castigar a quienes la hicieron sufrir o vengarse de ellos, Maggy siguió viviendo según el Evangelio. Intentó imitar a Jesús, que actuó de dos maneras específicas ante quienes lo atacaron. En primer lugar, Jesús nunca castigó ni se vengó de quienes lo persiguieron, calumniaron, hirieron o mataron.
La segunda y más importante lección que aprendió de Jesús fue que debía seguir haciendo el bien a los demás, aunque la atacaran por ello. Esta es una enseñanza importante que también debemos aprender y practicar en nuestras vidas. Nunca debemos dejar de hacer el bien a nuestro prójimo, independientemente de lo que hagan, digan o piensen los demás. No debemos responder al mal con más mal, sino con bien, como dice San Pablo: No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien (Rom. 12:21).
Este es también uno de los pilares de la Iglesia: la Iglesia debe construir el reino de Dios haciendo el bien en lugar de hacer el mal. El mal no construye, sino que destruye el bien. La misión de la Iglesia no es destruir el mal con el mal, sino hacer el bien sin importar nada más. Si la Iglesia intenta destruir el mal con el mal, solo estará añadiendo más maldad a este mundo. El gran error de aquellos que tienen un celo desordenado por la Iglesia, o por sí mismos, es combatir el mal con el mal, y esta actitud proviene de una estrechez de espíritu más que del Espíritu Santo.