Érase una vez un hombre que tenía varios caballos. Sin embargo, para su trabajo solo utilizaba uno, el «Negro», por una sencilla razón: era el mejor. Era el mejor para tirar, el mejor para arar, etc. Alguna vez pensó en utilizar uno de los otros caballos para hacer el trabajo, pero enseguida rechazó esa idea porque se dijo a sí mismo: «no saben trabajar, no son tan buenos como el Negro».
Al principio Negro estaba orgulloso de ser siempre el elegido, pero poco a poco se fue cansando de ser el único que trabajaba, mientras los otros caballos descansaban tranquilamente y comían alfalfa todo el día. Un día, Negro decidió protestar. Fue a ver a su amo y le preguntó: «¿Por qué siempre me haces trabajar y los demás no hacen nada?». «Porque tú», dijo el amo, «eres el mejor». «No es justo», protestó Black, «si soy el mejor, deberías tratarme mejor que a los otros caballos, debería tener una vida más fácil que ellos y no más dura haciéndome hacer todo el trabajo». El amo no sabía qué decir. Sabía que si hacía el trabajo con los otros caballos le llevaría el doble de tiempo, porque no tenían la fuerza y la habilidad de Negro. Solo atinó a decirle que gracias al trabajo cada día estaba más fuerte y hermoso, que los otros caballos gordos y perezosos le tenían envidia a él y a su cuerpo.
En la vida espiritual ocurre algo parecido. Cuando el alma hace las cosas bien, Dios la carga con más trabajo. Esta es una de las enseñanzas que se encuentran en las parábolas de las monedas de oro y de los talentos. Cuando a los siervos se les entrega el dinero que habían ganado, el señor no les dice «Muy bien, ahora podéis descansar porque habéis trabajado bien», sino que les añade más trabajo. El noble le dice al que le había dado diez monedas de oro y había ganado diez monedas de oro más ¡Bien hecho, buen siervo! Has sido fiel en este asunto tan pequeño; hazte cargo de diez ciudades (Lc 19,17) ; en la parábola de los talentos el señor dice a su siervo fiel: Puesto que has sido fiel en lo poco, te daré grandes responsabilidades (Mt 25,21).
El pago en la vida espiritual es exactamente así; en lugar de recompensa, así como descanso, comodidades y confort, es una nueva petición con más exigencias. Sin embargo, a diferencia del amo de Negro, que lo hacía para facilitarle la vida, Dios lo hace así por nuestro bien. En la vida espiritual, Dios recompensa a los que ama poniéndoles más cargas para su bien, porque los ama y quiere purificarlos para santificarlos.
Ésa es la lógica del Evangelio, contraria a la lógica del mundo. La recompensa del mundo es facilitar las cosas y aligerar las cargas de los que han hecho las cosas bien. La recompensa de Dios es dar más responsabilidades para que sigamos creciendo en la vida espiritual.