Alguien fue a confesarse y le pidió al sacerdote que intercediera ante Dios por él, para que pudiera dejar atrás su vida pecaminosa. El sacerdote le prometió que rezaría por él. Después de un tiempo, volvió a confesarse y se quejó de que seguía pecando y de que las oraciones del sacerdote no le servían de nada. Después de escuchar su confesión, el sacerdote le dijo: «Ven y ayúdame a levantar esto» (señaló un objeto pesado que era difícil de transportar para una sola persona).
Él lo agarró por un lado y el sacerdote por el otro, y cuanto más lo levantaba el pecador, más lo empujaba hacia abajo el sacerdote:
—¿Cómo vamos a levantarlo así? —preguntó el hombre.
—Bueno, en realidad estás haciendo lo mismo —respondió el sacerdote—, cuando le pido a Dios que te levante de tus pecados, tú sigues tirando hacia abajo.
Nuestra voluntad de cambiar es un factor determinante en el proceso de santificación. Es cierto que Dios nos envía su gracia y que es su gracia la que realiza la obra de santificación, pero también es cierto que la gracia necesita nuestra cooperación.
Lo vemos muchas veces en el Evangelio. Aunque los judíos reconocían el poder y las grandes obras de Jesús, seguían poniendo excusas para no aceptarlo. El problema no era que las acciones de Jesús no fueran suficientes para demostrar que era el Mesías, sino la falta de voluntad de los judíos para aceptarlo. Aceptar a Jesús significaba aceptar su enseñanza, y aceptar su enseñanza significaba cambiar su forma de vida.
Nosotros hacemos lo mismo cuando no ponemos los medios necesarios para cooperar con su gracia con el fin de dejar de cometer un determinado pecado, o de luchar contra nuestro defecto dominante (o tal vez ponemos algunos medios, pero no los medios eficaces), o de renunciar a ciertos apegos o afectos desordenados. Le pedimos a Dios que nos ayude a ser santos, pero, por otro lado, no cooperamos con Él en la obra de nuestra santificación.
Hay un principio, un principio de oro, diría yo, que dice: «Haz todo como si la santidad dependiera de ti, sabiendo que todo depende de Dios». La obra de la santificación es una obra de la gracia de Dios, ya que no somos capaces de realizar ninguna acción sobrenatural por nosotros mismos, sin embargo, la gracia de Dios no actúa sin nuestra libertad y cooperación.