Una vez un hombre iba por el camino de la vida quejándose de sus cruces. Dios oyó sus quejas y le envió un ángel que tuvo esta conversación con él: – «¿Por qué te quejas cada día de tu vida?». El hombre respondió: «Porque la cruz que llevo es demasiado pesada para mí, me gustaría tener una cruz más ligera, ya no puedo más con esta cruz, es demasiado para mí, no puedo». El ángel respondió: «Dios escuchó tus plegarias, me envió para ayudarte; Él quiere que elijas tu cruz, ven conmigo» y el ángel lo transportó a una habitación que estaba llena de cruces. Eran sólo cruces, sin Jesús crucificado: grandes y pequeñas, pesadas y ligeras, bonitas y horribles, baratas y caras, etc.
Esta persona empezó a caminar por la habitación. Miraba las cruces y pensaba: esto es demasiado pesado para mí, no soy lo bastante fuerte; esto es demasiado lujoso para mí, soy una persona sencilla no hecha para el lujo; esto es demasiado pequeño para mí, no soy un niño, tengo que llevar una grande, etc. En algún momento vio una cruz que parecía encajar con su personalidad: esta cruz es buena, no demasiado pesada pero tampoco demasiado ligera, no demasiado grande pero tampoco demasiado pequeña, sencilla, de madera, etc.
Le dijo al ángel: «Elijo ésta, creo que esta cruz encaja perfectamente con mi personalidad y estilo de vida». «Buena elección» dijo el ángel,» estoy de acuerdo contigo, esa cruz es perfecta para ti. Ahora, por favor, mira en la parte inferior de la cruz, allí hay un nombre, veamos a quién pertenece». El hombre, dando la vuelta a la cruz, leyó el nombre que estaba grabado en la parte inferior de la misma, y para su sorpresa era su propio nombre.
El ángel le dijo: «Ya ves, Dios envía siempre la cruz que conviene a cada persona: nunca demasiado pesada de llevar, para que no fracase en la vida; ni demasiado ligera, para que haga méritos para la vida eterna». Diciendo esto, el ángel desapareció, y él comprendió la lección: «la cruz es el amor de Dios por cada uno de nosotros, Él quiere lo mejor para nosotros y nos envía exactamente la cruz que necesitamos para ser santos.»
Nuestra cruz cotidiana -la que cada uno debe asumir para seguir a Jesús- no es una viga de madera. La cruz es el dolor de la enfermedad, las injusticias que soportamos, el cansancio del trabajo, la lucha contra la pereza, el esfuerzo por ser generosos. Nuestra cruz es hacer las cosas bien y hacer el bien a los demás aunque no queramos. La cruz es aplastar mi orgullo o vencer mi amor propio.
Dicho en positivo, la cruz es vivir siempre desde el amor a Dios, el amor al prójimo y el verdadero amor a mí mismo y no desde el egoísmo o el amor desordenado a mí mismo.