Durante una guerra, el célebre conquistador Alejandro Magno llegó a Gordión, una ciudad de Frigia, donde se encontraba el carro de Gordio con su famoso nudo en la acrópolis. Un antiguo oráculo había prometido el dominio de Asia a quien lograra desatarlo. Tras numerosos intentos fallidos, Alejandro lo consiguió. ¿Cómo lo hizo? Con un golpe certero de su espada, cortó el nudo en dos, demostrando así una forma distinta de genialidad. Desde entonces, el «nudo gordiano» se emplea como metáfora para describir la resolución de un problema complejo mediante la fuerza o la decisión directa, sin titubeos ni rodeos. También alude a la urgencia de abordar una situación antes de que se agrave.
Para cortar verdaderamente el «nudo del pecado», la primera condición imprescindible es el deseo firme de hacerlo, lo que implica una voluntad decidida y enérgica. Sin esta disposición, ningún esfuerzo prosperará: ni las gracias de Dios ni los medios que Él ofrece servirán de algo, ya sea porque no se emplean o porque se usan a medias, lo que equivale a no usarlos en absoluto.
Una voluntad firme es aquella que no flaquea, que se mantiene sólida incluso ante tentaciones o deseos intensos. Es una voluntad que reconoce el bien que debe hacerse —como Herodes reconoció el bien en su momento— y lo lleva a cabo. El fallo de Herodes fue no actuar conforme a ese bien, optando por encarcelar a Juan en lugar de seguir su consejo. La debilidad de la voluntad puede surgir de dos formas: por no querer identificar el bien que hay que hacer o por no actuar según el bien que se reconoce como necesario.
Este principio se aplica especialmente a los medios que debemos emplear para abandonar el pecado. Algunos pierden el deseo de librarse de él porque desconocen cómo hacerlo: no se esfuerzan por aprender los métodos necesarios, o han confiado en recursos ineficaces y, en lugar de buscar alternativas efectivas, se rinden diciendo: «No sé cómo liberarme del pecado». Otros, en cambio, conocen los medios, pero se resisten a usarlos porque son arduos, exigen demasiado esfuerzo o carecen de la perseverancia para mantenerlos. En ambos casos, la voluntad no es lo bastante firme y, por tanto, no logra superar el pecado.
Una voluntad enérgica es una voluntad decidida. Las voluntades débiles o tibias nunca alcanzan nada; son espiritualmente perezosas y se quedan estancadas en el camino hacia la perfección. Vacilan entre querer y no querer, como dice el proverbio: «El perezoso quiere, pero no quiere» (Proverbios 13:4). Hoy dicen «sí», mañana «no»; buscan la santidad siempre que no requiera sacrificio ni esfuerzo. Por eso no reúnen la energía necesaria para cortar con el pecado, evitar las ocasiones que lo propician o alejarse de todo lo que siquiera «huela a pecado». En cambio, una voluntad enérgica afirma con rotundidad: «Quiero, quiero y quiero».