Había una vez un rey que ofreció un gran premio al artista que pudiera plasmar la paz perfecta en un cuadro. Muchos artistas lo intentaron, y el rey observó detenidamente todos los cuadros. Seleccionó dos: «sólo estos dos representan realmente la paz perfecta», dijo. Sin embargo, tenía que dar el premio a uno solo de ellos, así que tuvo que elegir uno.
Empezó a mirar los dos cuadros con más atención. El primero era un lago muy tranquilo. Este lago era como un espejo perfecto en el que se reflejaban unas tranquilas montañas a su alrededor. Sobre las montañas había un cielo muy azul con finas nubes blancas. Todos los que miraban este cuadro pensaban que reflejaba una paz perfecta.
El segundo cuadro también tenía montañas. Pero éstas eran escarpadas y desnudas. Encima de las montañas había un cielo furioso con nubes de truenos y relámpagos y un ominoso aguacero. Las montañas de abajo parecían retumbar con un torrente de agua. Esta escena no era nada apacible.
Pero cuando el Rey miró con atención, vio que detrás de la cascada había un delicado arbusto que crecía en una grieta de la roca. En este arbusto había un nido. Allí, en medio del rugido de la violenta cascada, un pajarillo estaba tranquilamente sentado en su nido. Finalmente, el Rey eligió este cuadro.
Después, explicó la razón de su elección: «La paz no significa estar en un lugar sin ruido, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. La paz significa que, a pesar de estar en medio de todas estas cosas, somos capaces de mantener la calma en nuestro corazón».
La pregunta es ¿cómo podemos estar tranquilos en medio de todas estas cosas? La respuesta es: la caridad, porque como dice San Agustín: «la paz es tranquilidad de orden» y Santo Tomás, comentando estas palabras, dice que esta «tranquilidad consiste en que todos los movimientos apetitivos en un hombre se ponen juntos en reposo.»
La caridad es la virtud que nos permite poner en reposo todos nuestros apetitos, porque la caridad es un poder unificador. Si reina la caridad, hay paz, y si se desprecia la caridad, también se desprecia la paz.
Sólo la caridad tiene la capacidad de unificar todos nuestros apetitos, cuando ponemos la caridad en primer lugar. La caridad nos hace amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Es decir, unifica todos nuestros apetitos y deseos o nos hace subordinar todos los demás deseos a este primer deseo: amar a Dios.
Es imposible que quien ama verdaderamente a Dios no tenga paz; la falta de paz en este sentido sería señal de algún afecto desordenado, que va directamente contra el amor de Dios; el afecto desordenado no puede coexistir con el amor de Dios.