Hay un cuento infantil sobre un granjero que tenía 4 hijos. Sus hijos siempre estaban peleándose entre ellos. Era imposible conseguir que trabajaran juntos, jugaran juntos, etc. Si uno decía derecha, el otro decía izquierda, si uno decía arriba, el otro decía abajo. Pensó que cambiarían poco a poco, pero cuanto más crecían, peor era la situación.
Un día, el granjero decidió hacer algo para cambiar la situación. Quería darles una lección. Cogió ramas de madera y las ató juntas. Luego llamó a sus hijos, empezando por el más pequeño, y les pidió que las rompieran. El más pequeño no pudo romperlas. Entonces pidió al tercer hijo que la rompiera, pero tampoco pudo. Lo mismo hizo con el segundo y el mayor.
Entonces desató el fardo, les dio una rama cada uno y les dijo que la rompieran. Consiguieron romperlo. «Ya veis», dijo el granjero, «sois como esas estacas, si estáis unidos es difícil romperlas, pero si no estáis unidos es muy fácil romperos».
Una verdad importante que Jesús enseña a menudo en el Evangelio se refiere a la unidad. La unidad es, ante todo, un bien moral. No hay verdadera sociedad sin unidad y por eso nosotros, como Iglesia, debemos trabajar por la unidad; debemos poner de nuestra parte y esforzarnos al máximo en este sentido.
La unidad nace de corazones nobles, la unidad nace de almas sinceras, la unidad nace de personas capaces de renunciar a sus propios intereses y deseos. En resumen, el egoísmo es el peor enemigo de la unidad. Es importante no engañarnos a nosotros mismos cuando hablamos de unidad. Solemos pensar que nuestros propios caminos son los mejores, por lo que para alcanzar la unidad es necesario que todos comprendan y acepten nuestros caminos. En lugar de trabajar por la unidad, quienes tienen esta actitud en realidad están creando desunión y división.
Por supuesto, no estoy hablando de doctrina o ley natural, porque no podemos aceptar doctrinas contra la Fe Católica o contra la ley natural, sino que estoy hablando de comportamientos y actitudes. La Iglesia es tan abierta que en Ella caben todo tipo de personas y espiritualidades.
A pesar de que una de las notas (características) esenciales de la Iglesia es la unidad (Una), seguimos encontrando desunión en Ella, llegando incluso a la separación y a la creación de muchas iglesias diferentes que no son la Iglesia fundada por Jesucristo. No son las bellas homilías ni las razones convincentes las que crean la unidad, sino que es sólo la caridad la que nos ayuda a negarnos a nosotros mismos y a ser desinteresados y la que nos permite comprender y aceptar a los demás.