La fábula de los dos peces

Hay una fábula escrita por el P. Castellani sobre un diálogo entre un «sábalo» y una «boga». Ambos son peces del río Paraná, en Argentina (país del P. Castellani). El sábalo es un pez grande (de 0.5 m a 1 m) que chupa y come barro orgánico. La boga es más pequeña que el sábalo y se alimenta de plantas acuáticas, cangrejos, insectos y caracoles de río.

  • No salgas del agua -le dice la boga al sábalo-, el pescador está allí.
  • ¿Por qué sales?
  • Porque necesito alimentar mi cuerpo, de lo contrario no saldría. No como barro como tú.
  • Salgo por curiosidad. Saber cosas es para mí lo que comer es para ti. Soy un intelectual. Todo se puede saber. El conocimiento no ocupa lugar y nunca hace mal…
  • ¡Mira qué langosta tan sabrosa! – interrumpió la boga saltando fuera del río.

El sábalo ya no vio a la boga. El sábalo supuso que la boga había sido atrapada. Pero su curiosidad por saber qué había pasado con la boga era muy fuerte. Se dio la vuelta, saltó, vio el cielo y el sol, los árboles y al hombre que lo atrapó. Fue su miserable final.

  • Tío -pregunta el niño al narrador-, no entiendo esta fábula. La boga murió a causa de una viciosa gula. Pero, ¿por qué murió el sábalo? No tenía vicio.
  • No tenía un vicio, sino una pasión indomable.

Una pasión indomable es tan peligrosa como un vicio. Parte de nuestro trabajo espiritual debe ser dominar nuestras pasiones. Las pasiones no tienen una connotación moral en sí mismas. Una pasión puede ser buena o mala. «Sólo están calificadas moralmente en la medida en que comprometen efectivamente la razón y la voluntad. Se dice que las pasiones son voluntarias, bien porque las manda la voluntad, bien porque la voluntad no les pone obstáculos» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1767).

Pertenece a la perfección de la moralidad que las pasiones sean gobernadas por nuestra voluntad. Debemos gobernarlas para utilizarlas en nuestras acciones. «Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, malas en el caso contrario» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1768).

Si nos esforzamos en educarlas, se integrarán en nuestra perfección espiritual. De lo contrario, nos traicionarán. Tal vez, ahora tengo una pasión que no está bajo el control de mi voluntad, pero no cometo un pecado grave siguiéndola, así que, no me preocupa. Sin embargo, si no la educo y me esfuerzo en alcanzar la virtud moral para regular esta pasión, en el futuro es muy probable que me haga cometer un pecado grave, y como es una pasión indomable, no podré controlarla.

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