En 2019 Lamar Odom publicó sus memorias tituladas Darkness to Light. Para los que no estén muy familiarizados con el mundo de la NBA, Lamar Odom fue una de las estrellas de la NBA. Perteneció al Dream Team a principios de este siglo y ganó un Mundial de baloncesto en 2010. También ganó dos anillos de oro con Los Ángeles Lakers y fue consagrado como el mejor «Sexto Hombre» en 2011.
Con todo esto, parecería que su vida fue un completo éxito. Sin embargo, no fue así, porque Lamar tuvo serios problemas con las drogas y el sexo, lo que lo llevó a un punto que casi termina con su vida. Tuvo 6 derrames cerebrales y todo el mundo pensó que había muerto. Sin embargo, Dios se apiadó de él y le dio otra oportunidad.
En sus confesiones, admitió que gastó unos 100 millones de dólares en drogas, que necesitaba a las mujeres como vía de escape en su vida, que mantenía relaciones sexuales con ellas y que tuvo que pagar muchos abortos a lo largo de su vida. Todos estos trastornos le llevaron muy cerca de la muerte. El padre de Lamar también era drogadicto y, según él, «me transmitió el gen».
En realidad, los genes no tienen la culpa de algo así. El hombre no nace sabiendo química, ni literatura, ni matemáticas. Esas cosas no vienen en los genes. Tampoco nacemos sabiendo drogarnos, ni robar, ni matar; esas cosas tampoco vienen en los genes. Tampoco nacemos sabiendo amar, ni nacemos sabiendo relacionarnos con los demás sin egoísmo… nada de eso está en nuestros genes, todo eso es información que recibimos. Todo eso lo aprendemos de nuestros padres, tíos, abuelos, profesores, amigos, televisión, internet, etc. Tomamos decisiones de seguir las buenas enseñanzas o las malas enseñanzas, los buenos ejemplos o los malos ejemplos, etc. De hecho Lamar escribió: «Fue solo una decisión estúpida la que tomé…. Si hubiera sabido que iba a afectar a mi vida de la forma en que lo hizo, nunca lo habría pensado. Jamás. Pero lo hice. Resultó ser una decisión que cambió mi vida».
Todo esto nos deja dos lecciones: la primera y más obvia es que debemos estar atentos para discernir lo que es bueno y lo que es malo, y no debemos imitar o hacer lo que hacen los demás sin antes pensar y discernir si es algo bueno para nosotros o no.
La segunda lección es que al igual que los demás nos enseñan con sus palabras y ejemplos, nosotros también consciente o inconscientemente (porque muchas veces no nos damos cuenta de que estamos dando un mal ejemplo) enseñamos a los demás. Los seres humanos nos miramos unos a otros y nos imitamos; por eso es importante que prestemos atención a lo que hacemos, no sólo por nuestro propio bien, sino también por el de los demás, para que seamos luz para los demás y no oscuridad.